a un cadete acostumbrado a las corridas,
la verguenza ya le pisa los talones.
lamentando el precio de sus confeciones,
va esquivando ejecutivos por florida.
mientras cruza sin mirar las avenidas,
se martilla la cabez sin piedad.
vuelve con los ojos llenos de perdon,
pero es demaciado tarde
y ella le da un beso de esos que humillan
a la soledad.